Síria: o regime ante o desafio da revolução

Sex, 12/08/2011 - 11:58
Em meados de março começaram na Síria os enfrentamentos entre manifestantes e forças de segurança que, segundo estimativas, podem ter tirado até agora a vida de mais de mil pessoas e ter provocado a detenção de umas 10 mil. Essas revoltas constituem o maior desafio que já enfrentou o regime baazista desde os anos 1980. Seguindo a esteira da primavera árabe, os sírios saíram as ruas para reivindicar uma série de reformas democráticas que incluem o revogamento do estado de emergência, uma nova lei de partidos e uma divisão igualitária das riquezas nacionais. Mas, como no caso de outros países árabes, esse levante não foi instalado da noite para o dia. Mesmo que timidamente, e seguindo um plano mais teórico que prático, a sociedade síria está atuando há uma década para conquistas reformas políticas que lhe permita avançar até o estabelecimento de um Estado democrático.

Leia abaixo o artigo completo em espanhol, publicado na revista Atalaya Sociopolítica de Casa Árabe, também disponível aqui

La sociedad civil

Desde que Bashar al-Asad asumiera la presidencia de Siria en el año 2000, intelectuales y activistas iniciaron una movilización que caminaba paralela a las promesas de reforma y modernización que el nuevo presidente trajo consigo. El Movimiento de la Sociedad Civil (liderado por Michel Kilo) lleva diez años reivindicando pluralismo político y derechos civiles. Este movimiento nació en septiembre de 2000, impulsado por el esperanzador ambiente de reformas que la llegada de Bashar inspiró en el país, en una etapa que se ha llamado “Primavera de Damasco”, cuando el escritor Michel Kilo se puso a la cabeza de un grupo de intelectuales que decidieron redactar el “manifiesto de los 99” (que en diciembre de aquel año se convertiría en el “manifiesto de los 1.000”). Otros destacados intelectuales integrados en el movimiento eran el filósofo Sadiq al-`Azm, el periodista Alan George o el empresario y miembro del Parlamento Riyad Sayf. El manifiesto contenía ocho puntos fundamentales: el fin del Estado de emergencia, la liberación de los presos políticos y el retorno de los exiliados políticos; fomentar las libertades individuales, especialmente la libertad de expresión y las normativas relacionadas con la creación de partidos políticos; recuperar la legislación relativa a las publicaciones y los medios de comunicación; la reforma de la ley electoral y la celebración de elecciones bajo supervisión de jueces independientes; garantizar la independencia del poder judicial y lograr la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; otorgar a los ciudadanos sus derechos económicos, especialmente, conseguir un reparto justo de los recursos nacionales y proteger el medio ambiente; revisar la idea de que el partido Baaz es el líder de la sociedad y el Estado (tal y como estipula el artículo 8 de la Constitución); y poner fin a la marginación legal de la mujer. Pero Riyad Sayf expresó su intención de crear un partido político, razón por la que fue arrestado y que supuso, además, el comienzo del fin de la “Primavera de Damasco”.

El inicio de las revueltas

La información sobre las revueltas es muy escasa. El control del régimen sobre los medios de comunicación, incluído internet, y sobre la capacidad de movimiento de los periodistas, especialmente extranjeros, hace muy difícil tener datos fiables sobre los enfrentamientos y el número de víctimas. Además, es posible que, a parte del levantamiento popular, se estén registrando ciertos conflictos interconfesionales o interétnicos y que la delincuencia se haya disparado en medio del caos que reina en determinados lugares. El régimen, por su parte, aviva estos fantasmas (delincuencia y luchas internas, además de utilizar la amenaza del islamismo radical) para atemorizar a su población y dar su propia explicación de lo que está ocurriendo en el país.

Ya antes de la ola de protestas, las fuerzas de oposición, bien el Movimiento de la Sociedad Civil, bien los blogeros o los jóvenes activistas que trabajan a través de internet, o bien los defensores de los derechos humanos, sufrían la intransigencia del régimen, si bien Siria parecía estar saliendo poco a poco del aislamiento internacional y mejorando sus relaciones con Washington.

Siria es muy diferente de Egipto y Túnez en su composición social, en su ideología política y en su estrategia de cara al exterior, por lo que es imposible que se produzca una simple repetición de las experiencias tunecina y egipcia. Aún así, el estallido inmediato de las revueltas sigue un modelo similar al de estos dos países. En el caso sirio, se puede comenzar a hablar de “revuelta” desde mediados de marzo, cuando una multitud de manifestantes, que protestaban por la detención de varios adolescentes que pintaban las paredes con sprays, inspirados por los jóvenes de Egipto y Túnez, y que escribían sobre los muros frases desafiantes, incluído el ya famoso eslogan “el pueblo quiere la caída del régimen” (al-shaab yurid isqat al-nizam), prendió fuego a la sede del partido Baaz en la localidad de Dera‘a, además de quemar dos tribunales y dos locales de la compañía de telefonía móvil Syriatel. En esos mismos días, un niño de trece años fue arrestado, torturado y muerto a manos de los servicios secretos. El 4 de febrero se convocó el primer “viernes de la ira”, que fue completamente frustrado por las fuerzas de seguridad que, tan poco acostumbradas a los disturbios callejeros, reaccionaron desproporcionadamente, lo que tuvo como consecuencia la muerte de varias personas. La represión del primer incidente no hizo sino provocar que las protestas se extendieran a otras regiones del país, recibiendo la misma respuesta represora.

Las protestas sirias han comenzado en núcleos de población periféricos, alejados de las grandes aglomeraciones urbanas. En el caso de Dera‘a, situada en la frontera con Jordania, se trata de una pequeña ciudad agrícola con un tejido social muy local y profundo. Los jóvenes que fueron detenidos allí pertenecen a algunas de las familias y clanes más importantes de la región. El movimiento de protesta fue, en su inicio, una movilización por parte de las familias afectadas que exigían la dimisión del gobernador de la provincia y de los responsables de los servicios secretos. La segunda ciudad afectada por los levantamientos fue Latakia, situada al otro extremo del país, un área con una gran población alawí (la minoría étnico-religiosa a la que pertenece la familia al-Asad). Resulta llamativo que fuera precisamente esta ciudad la segunda en contagiarse del movimiento de protesta, pero puede ser un indicio de que la mayoría de la población, incluídos sectores alawíes, quieren acabar con el monopolio de la familia al-Asad.

A pesar de que Bashar al-Asad ha sido percibido como un pragmático reformista, especialmente en los primeros momentos de su mandato, la reforma quedó básicamente reducida a la liberalización económica sin profundizar en los aspectos políticos. Cuando la presión exterior sobre Siria se acentuó tras el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri en 2005, sectores de la oposición dieron un paso importante al redactar la Declaración de Damasco, el 16 octubre de ese mismo año. Por primera vez, todos los principales grupos y fuerzas de la oposición (desde los movimientos laicos de la sociedad civil, hasta los activistas kurdos, pasando por la ilegalizada organización de los Hermanos Musulmanes) se agrupaban para redactar un manifiesto en el que exigían un cambio democrático en el país.

En la primera mitad de 2006, la organización de la recolecta de firmas para la mencionada Declaración de Damasco sirvió para acusarles de estar “trabajando al servicio de intereses occidentales” y fueron detenidos Michel Kilo y el abogado de Derechos Humanos Anwar al-Bunni. A finales de 2009, Haytham Malih, jefe de la Asociación de Derechos Humanos de Siria, era también detenido y, desde entonces, el régimen impuso numerosas restricciones en las fronteras para evitar que los intelectuales disidentes pudieran salir del país. Malih, de 79 años de edad, fue liberado en marzo de 2011, después de haber comenzado una huelga de hambre.

Ante las protestas actuales, el gobierno sirio está alternando la represión radical con la adopción y promesa de reformas, lo que podría interpretarse como una lucha interna entre dos sectores del régimen. Aparte del uso de la violencia, la reacción inicial del gobierno fue no asumir responsabilidad alguna y señalar aeslabones inferiores en la cadena de poder. Así, reformó el ejecutivo y se comprometió a echar del ejército a los mandos de las tropas desplegadas en los puntos más conflictivos del país. La respuesta verbal del régimen se ha centrado en criminalizar a los manifestantes, o bien en presentarlos y tratar con ellos en términos sectarios. En cuanto a las medidas prácticas adoptadas para aplacar a diversos sectores de la población, el 7 de abril el presidente al-Asad concedió la nacionalidad siria a unos 150.000 kurdos del país. Esta era una de las principales demandas de las organizaciones de defensa de los derechos de los kurdos. Pero Habib Ibrahim, miembro de uno de los grupos kurdos más importantes, señalaba que “la nacionalidad es un derecho de todo sirio, no es un favor. Nadie puede otorgarlo o denegarlo”. Al-Asad no logró rédito a su favor. Otro tipo de concesiones, como permitir a las profesoras de colegio llevar el niqab (velo integral) o el cierre del único casino del país, parecen estar orientadas a aplacar supuestamente a los sectores más conservadores pero no tienen alcance para la amplia mayoría de la oposición, que está exigiendo verdaderas reformas políticas. Por último, aunque el régimen ha derogado el estado de emergencia, vigente deste 1963, esta medida no ha tenido ninguna repercusión en la práctica, dada la situación interna que atraviesa el país.

Los nombres propios

En un principio, la ira de los manifestantes no iba dirigida única ni principalmente contra el presidente al-Asad. Algunos de los nombres que se escucha gritar a los protagonistas de las protestas son Maher al-Asad, hermano pequeño del presidente, que dirige la Guardia Republicana y la IV División, dos de los cuerpos en los que se apoya el autoritarismo represivo del régimen. Maher al-Asad es uno de los miembros más destacados de lo que se llama el ala dura del régimen y algunos observadores consideran que tiene más poder y control que el propio Bashar.

Asef Shawkat, el marido de Bushra, la hermana de Bashar, es responsable de personal del Ejército de Tierra y jefe de los servicios de inteligencia militares. Shawkat ya participó en la represión del levantamiento islamista en la ciudad de Hama en 1982 (donde se calcula que murieron entre 15.000 y 20.000 personas). Debido a su probada lealtad, al-Asad le introdujo en la élite de poder y le permitió casarse con su hermana, abriéndole así la puerta al clan familiar.

Pero, sobre todo, uno de los nombres más escuchados es el de Rami Majluf, multimillonario empresario dueño de la mayor compañía siria de telefonía móvil, Syriatel, que posee grandes inmobiliarias y numerosos medios de comunicación. Majluf es un empresario que ha obtenido todos los privilegios imaginables y los monopolios comerciales otorgados por el Estado a cambio de su absoluta lealtad. Así, durante la primera oleada de protestas que comenzó en Dera´a, además de la sede del partido Baaz y dos juzgados, se quemaron locales que eran propiedad de dicha compañía de telefonía móvil.

Las ventajas de al-Asad

No hay que olvidar que el caso de Bashar al-Asad difiere en varios aspectos de otros poderes totalitarios árabes. Es relativamente joven, 45 años, y lleva en el poder 10, lo que supone un tercio del tiempo que estuvo Mubarak y menos de la mitad de lo que se prolongó el régimen tunecino de Ben Ali. Además, al-Asad, a ojos de la opinión pública, se ha mostrado siempre coherente en su oposición a Israel y en la política de no sometimiento al “imperialismo americano”. Otro factor que podría contar a su favor es que se argumenta que ha conseguido mantener un cierto nivel de seguridad y estabilidad en un momento de especial inestabilidad en sus fronteras con Iraq y Líbano. Igualmente, la política de integración de la diversidad religiosa en Siria ha garantizado una buena convivencia confesional, factor importante en un país con un tejido social complejo. Por último, se ha presentado siempre como un presidente “humilde”, lo que contrasta, no sólo con otros dirigentes árabes (como Saddam Huseyn o Muamar al-Gadafi), sino también frente a otros miembros de su familia: ha conseguido ser percibido como un reformista moderado cuyos esfuerzos son frustrados por la vieja guardia. En algunos círculos, se le considera cautivo del ala dura de la élite política heredada de su padre, que le impide acometer las reformas que cree necesarias.

Hay que señalar también que durante el mandato de Bashar al-Asad el país ha experimentado ciertas mejoras, si bien en áreas que no se relacionan directamente con la democracia o los derechos humanos. Los medios de comunicación son más prolíficos e informan con mayor libertad, aunque siempre dentro de unos límites. El arte y la literatura también se han beneficiado de un ambiente de mayor libertad de expresión. A pesar de que algunas páginas de internet siguen permanentemente bloqueadas, los sirios tienen un mayor acceso a la información y un mayor contacto con el mundo más allá de sus fronteras a través de televisiones por satélite, blogs y medios de comunicación extranjeros. Los teléfonos móviles y otro tipo de dispositivos son ahora accesibles a un sector más amplio de la población. Las organizaciones de mujeres han sido fomentadas y fortalecidas y tienen cierto margen de maniobra. En el ámbito económico el régimen ha hecho grandes esfuerzos y ha logrado un crecimiento considerable, si bien, una vez más, los beneficios de tal desarrollo no han repercutido ampliamente en toda la sociedad. Es cierto que, a nivel regional, Siria atraviesa un momento económicamente adverso: no es un país exportador de petróleo y además está sometido, desde 2003, a un embargo económico; la retirada de las tropas sirias de Líbano supuso no sólo el regreso de 300.000 trabajadores que se sumaron al creciente paro, sino la pérdida de los privilegios comerciales de los que gozaba en sus relaciones económicas con el país vecino; y además, la sequía está afectando gravemente a la agricultura y la ganadería en diversas áreas del país. A pesar de esta coyuntura, al-Asad ha sido el promotor de una liberalización económica puesta en marcha a través de un cambio económico redistributivo, basado en la liberalización del mercado y las subvenciones, que ha aligerado la burocracia y ha mejorado la infraestructura, aunque también ha traído consigo corrupción y privilegios para la élite económica.

Por todo esto, no se puede olvidar que existe (o tal vez existía hasta ahora) una cierta simpatía por el presidente al-Asad en determinados/algunos sectores de la sociedad. Las manifestaciones a favor del presidente que ha habido en el país, especialmente en Damasco, pueden haber estado organizadas por el régimen pero contenían una cierta verdad emocional. Las minorías religiosas, como los cristianos o los drusos y, especialmente, los alawíes (la minoría shií a la que pertenece la familia presidencial y que constituye un 10% de la población), perciben la actual tensión con inquietud, ya que temen que se pudiera poner fin a la tolerancia religiosa hasta ahora característica de Siria. Los alawíes, y su círculo más cercano, temen convertirse en el objetivo de la revuelta, como si se tratara de una suerte de venganza por el monopolio del poder que acapara esta minoría. Tal vez por esta razón se han sumado también a las protestas.

El papel del Ejército
Las Fuerzas Armadas constituyen uno de los bastiones del régimen instaurado tras el golpe de Estado que el padre de Bashar, Hafez al-Asad, protagonizó en 1970. El ejército es el instrumento en el que más confía y se apoya la familia al-Asad para mantener el país bajo control. Para ello, han colocado a miembros de la familia en la cúpula militar y entre los mandos de las unidades más importantes, quedando el resto de los puestos de responsabilidad en manos de otros miembros de la minoría alawí.

A diferencia de las FFAA de Túnez o Egipto, que han tenido estrechas relaciones con EEUU y países europeos, el Ejército sirio no tiene una tradición de relaciones internacionales, más allá de sus lazos con los países del este, en particular, con Rusia (dado que, durante la Guerra Fría, se situó en la órbita del bloque soviético). Esto hace que ni occidente ni la comunidad internacional tengan interlocutores válidos dentro de las FFAA, a través de los que podrían intentar influir en la situación, y supone una diferencia notable respecto a los ejércitos tunecino y egipcio.

Otra diferencia importante es que las tropas sirias no participan habitualmente en misiones internacionales de paz y su intervención en Líbano, desde el inicio de la guerra civil en 1975, fue más bien la de una fuerza de ocupación, a pesar de que formaba parte de un contingente de la Liga Árabe. Sus relaciones militares se limitan, principalmente, a Rusia e Irán (país con el que mantiene una relación estratégica), lo que hace que sus responsables sean unos auténticos desconocidos para las FFAA del resto del mundo.

En teoría, la cohesión étnico-familiar que existe en los círculos de poder militares hacen prever que el Ejército se mantendrá fiel a la familia al-Asad, por lo menos, hasta que vea amenazada su propia supervivencia. Parece, también, que las manifestaciones no han conseguido dividir a los mandos (como en Yemen) ni han conseguido que los oficiales se decidan a desobedecer las órdenes de sus superiores, negándose a disparar contra los manifestantes (como en Túnez y Egipto). Pero la información que llega desde Siria es confusa y, a veces, poco fiable. La cadena de televisión al-Jazeera emitía, el 7 de junio, el testimonio grabado de un teniente del ejército sirio que aseguraba “me apunté para combatir al enemigo israelí pero, después de lo que he visto, después de la masacre de civiles, no puedo continuar en el ejército”. También circula información según la cual, las víctimas que se han dado entre los militares (alrededor de 400) podrían haber sido el resultado de pequeñas sublevaciones dentro del ejército por parte de soldados que se negaron a disparar a la población civil y que fueron eliminados por el propio ejército. Pero parece que las cadenas de mando, los oficiales de alto rango, se mantienen, hasta el momento, fieles al régimen y al círculo familiar.

El factor israelí, Occidente y los actores regionales

Puede que Israel sea el actor que más desea la continuidad del régimen de Bashar al-Asad. Siria es enemigo de Israel, pero es un enemigo estable, conocido, poco molesto. Siria tiene suficiente influencia sobre Hezbollah como para persuadir a este grupo, si fuera necesario, de que haga un ejercicio de contención en la frontera con Israel. Igualmente, un régimen debilitado en Damasco tal vez no sería capaz de negociar un acuerdo de paz con Israel, en caso de que ambas partes estuvieran dispuestas. Es más, si el régimen baazista en Damasco fuera sustituído por un gobierno compuesto por diversos partidos y grupos completamente desconocidos, esto podría provocar que las élites israelíes añoraran los tiempos del antiguo régimen, cuando las relaciones con Siria, con todas sus complicaciones, eran, aún así, estables y convenientes. De hecho, las revueltas árabes, sea cual sea su resultado, ya han empezado a erosionar el status quo israelí, que siempre reivindica ser la única democracia de Oriente Medio.

Occidente también desea estabilidad en Siria, pero siente una evidente contradicción entre los valores que defiende y sus intereses más pragmáticos. EEUU tiene poco margen de maniobra en el caso sirio, ya que apenas tienen relaciones políticas, diplomáticas, comerciales ni, como se ha comentado, militares. No tiene canales de comunicación a través de los que poder actuar. La secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, que acudió a un célebre programa de la cadena CBS, “Face the Nation”, el pasado 26 de marzo, condenó de manera contenida la represión ejercida por el régimen sirio, sobre todo en comparación con las declaraciones que la administración estadounidense había realizado anteriormente respecto a Libia. En cuanto a una intervención internacional, Clinton declaró que “no se va a dar un consenso internacional a ese respecto”. Y continuó asegurando que “Bashar al-Asad es un líder diferente” y añadió que muchos miembros del Congreso que han viajado a Siria recientemente le consideran “un reformista”.

La Unuión Europea (UE), por su parte, que hasta hace poco intentaba reforzar sus vínculos políticos y de cooperación con Siria, ha fracasado en su intento de promover en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una declaración condenatoria por la violenta represión desplegada por el régimen. Siria no tiene un tratado de asociación refrendado con la UE y además, las medidas económicas de presión que pudiera aplicar no tendrían prácticamente ningún efecto puesto que Siria ya está bajo un embargo económico desde 2003. Hasta ahora, la UE se ha limitado a imponer sanciones a 23 dirigentes políticos sirios, encabezados por al-Asad, pero dichas sanciones no van más allá de impedirles la entrada en territorio comunitario y bloquear sus cuentas bancarias.

Una de las razones por las que no puede prosperar una declaración condenatoria del Consejo de Seguridad es que Rusia y China, miembros permanentes del Consejo, vetarán estos intentos, dado que Siria es uno de los pocos puntos de influencia de estos dos países en la región. Un cambio de régimen hacia un gobierno pro-norteamericano o pro-occidental supondría un obstáculo para la estrategia política, y también comercial, de estos dos países en la región.

Los dos actores regionales que más tienen que decir en la cuestión siria son Irán y Turquía. Irán mantiene con Siria una estable relación política, económica y militar y, además, comparten enemigos comunes. Igualmente, a Irán no le conviene que las “revoluciones árabes” sigan triunfando, por miedo a un efecto dominó, sobre todo si tenemos en cuenta los levantamientos que tuvieron lugar en 2009 tras la supuestamente fraudulenta reelección de Ahmadineyad.

Desde hace unos años, Turquía está desarrollando un importante papel de mediación en diversas cuestiones regionales, siguiendo una línea de actuación cuyo objetivo es evitar los problemas con los países vecinos. Además, Turquía es una economía en expansión y Siria constituye un mercado interesante para sus inversiones y sus exportaciones. Por esto, Turquía, uno de los pocos países que se ha pronunciado con claridad, aboga por la introducción progresiva de reformas y por la democratización del país. A Turquía tampoco le interesa una Siria inestable y por eso ha comenzado ya su mediación, acogiendo en la ciudad de Antalia las reuniones celebradas por las fuerzas de la oposición sirias.


La oportunidad perdida de al-Asad


Las revueltas que estos días agitan Siria confirman, al igual que lo ocurrido en Túnez y Egipto y al igual que lo que está pasando en otros países, cuatro ideas fundamentales: en primer lugar, que las aspiraciones de los sirios, y de los árabes en general, son universales. Estas reivindicaciones no tienen matices religiosos ni culturales. Los árabes se han rebelado contra la pobreza, la injusticia social, la corrupción, la censura, la intimidación de las fuerzas de seguridad y la falta de oportunidades. En segundo lugar, los manifestantes han iniciado sus protestas sin ningún estímulo exterior y se están organizando sin ayuda externa. Las revueltas son genuinamente árabes. En tercer lugar, el civismo, el pacifismo, la creatividad y la solidaridad étnica y religiosa que ha dominado todas las revoluciones árabes de las que hemos sido testigo desde el comienzo de este año, demuestran que, digan lo que digan sus gobernantes, los árabes están más que preparados para la democracia. Y por último, estas revoluciones han surgido de estratos amplios y diversos de la sociedad, desde las clases más pobres hasta la clase media. Los manifestantes que han salido a protestar a todas las “plazas de la liberación” de distintos países árabes no se han inspirado en los clásicos eslóganes islamistas, como el ya célebre “el islam es la solución”. Se trata de un nuevo nacionalismo árabe completamente civil, es decir, “arreligioso”. Estas no son las primeras revoluciones que se han dado en el mundo árabe, pero sí son las primeras dirigidas contra el despotismo de sus gobernantes y no contra potencias coloniales.

Si Bashar al-Asad hubiera optado, cuando llegó al poder, por recortar ciertos intereses que regían su línea de actuación y hubiera desmantelado algunas estructuras obsoletas del régimen baazista, podría haber convocado unas elecciones libres y, seguramente, las habría ganado, obteniendo así la legitimidad que le correspondía como líder con apoyo popular. Podría haber hecho frente a las políticas beligerantes de la administración Bush sin tener que recurrir a la anticuada retórica pan-árabe o a discursos de conservadurismo islámico, y su posición sería, hoy día, más fuerte.

FUENTES:

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